Leyendas


El hombre que vendió su alma



Cierta vez un hombre bueno pero infeliz decidió salir de apuros vendiendo su alma al diablo. Invocó a Kizín y cuando los tuvo delante le dijo lo que quería. A Kizín le agradó la idea de llevarse el alma de un hombre bueno.

A cambio de su alma el hombre pidió siete cosas; una para cada día. Para el primer día quiso dinero y en seguida se vio con los bolsillos llenos de oro. Para el segundo quiso salud y la tuvo perfecta. Para el tercero quiso comida y comió hasta reventar. Para el cuarto quiso mujeres y lo rodearon las más hermosas. Para el quinto quiso poder y vivió como un cacique. Para el sexto quiso viajar y, en un abrir y cerrar de ojos, estuvo en mil lugares.
Kizín le dijo entonces:
Ahora ¿qué quieres? Piensa en que es el último día.
Ahora sólo quiero satisfacer un capricho.
Dímelo y te lo concederé.
Quiero que laves estos frijolitos negros que tengo, hasta que se vuelvan blancos.
Eso es fácil dijo Kizín.

Y se puso a lavarlos, pero como no se blanqueaban, pensó: "Este hombre me ha engañado y perdí un alma. Para que esto no me vuelva a suceder, de hoy en adelante habrá frijoles negros, blancos, amarillos y rojos".

La tristeza del maya

Un día los animales se acercaron a un maya y le dijeron: 
No queremos verte triste, pídenos lo que quieras y lo tendrás.

El maya dijo:
 
Quiero ser feliz.

La lechuza respondió:
 
¿Quién sabe lo que es la felicidad? Pídenos cosas más humanas.
Bueno añadió el hombre, quiero tener buena vista.

El zopilote le dijo:
Tendrás la mía.
Quiero ser fuerte.

El jaguar le dijo:
 
Serás fuerte como yo.
Quiero caminar sin cansarme.

El venado le dijo:
Te daré mis piernas.
Quiero adivinar la llegada de las lluvias.

El ruiseñor le dijo:
Te avisaré con mi canto.
Quiero ser astuto.

El zorro le dijo:
Te enseñaré a serlo.
Quiero trepar a los árboles.

La ardilla le dijo:
Te daré mis uñas.
Quiero conocer las plantas medicinales.

La serpiente le dijo:
¡Ah, esa es cosa mía porque yo conozco todas las plantas! Te las marcaré en el campo.
Y al oír esto último, el maya se alejó.

Entonces la lechuza dijo a los animales:
 
El hombre ahora sabe más cosas y puede hacer más cosas, pero siempre estará triste.
 
Y la chachalaca se puso a gritar: ¡Pobres animales! ¡Pobres animales! 

El perro y Kakasbal


Un hombre era tan pobre que siempre estaba de mal humor y así no perdía la ocasión de maltratar a un infeliz perro que tenía. Kakasbal [espíritu del mal], que está en todo, vio que podía sacar partido de la inquina que seguramente el perro sentía contra su amo y así se le apareció y le dijo:
 
Ven acá y dime qué te pasa, pues te veo triste.

Cómo no he de estarlo si mi amo me pega cada vez que quiere respondió el perro.

Yo sé que es de malos sentimientos. ¿Por qué no lo abandonas?
 
Es mi amo y debo serle fiel.
 
Yo podría ayudarte a escapar.
 
Por nada le dejaré.
 
Nunca agradecerá tu fidelidad.
 
No importa, le seré fiel.
 
Pero tanto insistió Kakasbal que el perro, por quitárselo de encima, le dijo:
Creo que me has convencido; dime, ¿qué debo hacer?.
 
Entrégame tu alma.
 
¿Y qué me darás a cambio?.
 
Lo que quieras.
 
Dame un hueso por cada pelo de mi cuerpo.
 
Acepto.
 
Cuenta, pues...
Y Kakasbal se puso a contar los pelos del perro; pero cuando sus dedos llegaban a la cola, éste se acordó de la fidelidad que debía a su amo y pegó un salto y la cuenta se perdió.
¿Por qué te mueves? le preguntó Kakasbal.
No puedo con las pulgas que me comen día y noche. Vuelve a empezar.

Cien veces Kakasbal empezó la cuenta y cien veces tuvo que interrumpirla porque el perro saltaba. Al fin Kakasbal dijo:
No cuento más. Me has engañado; pero me has dado una lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro.


Miércoles, 13 de Octubre de 2010